jueves, 12 de junio de 2014

Votaré por Juan Manuel Santos

Votar es, básicamente, manifestar el apoyo a un candidato que representa las aspiraciones que uno tiene. Es decir, un candidato que defiende las mismas ideas y el mismo modelo de sociedad que responde a lo que uno sueña. Eso, sin embargo, solo sucede en un mundo ideal porque en la realidad es casi imposible encontrar un candidato perfecto, vale decir, que represente todas y cada una de las ideas que uno profesa.  Y en esas circunstancias, normalmente uno elige al candidato que más se acerca a los valores que uno defiende, lo cual implica que es aceptable que haya cosas del candidato con las que uno no comulga, pero al mismo tiempo hay unos mínimos no negociables, principios inamovibles que uno siempre defiende. En mi caso, por ejemplo, creo en una política sin maquinarias, que no recurra a la corrupción, a la compra de votos, al amiguismo, a los ataques personales y al irrespeto al elector sino que, muy al contrario, repudie todo ello y se centre en debatir sobre ideas a través de argumentos serios y racionales. En síntesis, yo no votaría por ningún candidato de los partidos tradicionales (que en realidad son empresas electoreras y no plataformas ideológicas).
Pero la vida da muchas vueltas. Tantas, tantísimas, que ahora me encuentro decidido a votar por Juan Manuel Santos este 15 de junio. Qué triste. Yo, que critico la corrupción, el amiguismo y la mal llamada mermelada, voy a votar por el candidato de los Vargas Lleras, los Musas, Los Ñoños y los Roy Barreras; el de Samper, Gaviria, El Tiempo y Caracol. El de élite, el que no es renovación.
Pero así y todo, lo haré totalmente convencido por dos razones. La primera, que es la más trillada, es el fin del conflicto armado, que no paz. Y es que los esfuerzos logrados hasta ahora por este gobierno son demasiado importantes como para echarlos por la borda así sin más, por el solo capricho de los que creen que es posible ganar militarmente una guerra de más de cincuenta años. Ahora bien, hay cosas poco llamativas en los acuerdos pero, abramos los ojos, siempre va a haber cosas poco llamativas en unos acuerdos de paz. ¿O es que los 8 años de cárcel de los paramilitares es la pena normal que habrían obtenido si no hubiera acuerdo? ¿O es que no han revisado nunca los acuerdos de, por ejemplo, Irlanda? La paz es cara y requiere muchas dosis de perdón, pero sobre todo de mucha capacidad de aceptar que los que han hecho la guerra son como nosotros: tienen aspiraciones y pueden expresarlas.
Mi segunda razón, que es igual de importante, es el temor. Temor a otro gobierno de Uribe (porque seamos realistas, Oscariván es un tercer periodo de Uribe, qué cuentos de independencia). Solo por mencionar algunos episodios, recuerdo al presidente diciéndoles “tinterillos” a los fiscales; chuzando a los opositores, magistrados y periodistas; invitando a los parapolíticos a votar sus proyectos antes de ser enviados a la cárcel; a Carlos Castaño, entre vivas y aplausos, entrando al Capitolio; a Tomás y Jerónimo Uribe con tierras mágicamente transformadas en zonas francas; a Uribe diciendo “siguiente pregunta, amigo” “si lo veo le doy en la cara, marica” “ellos no estaban recogiendo café”, entre otras perlas. Mientras rememoro esto, pienso en lo más reciente: en la ignorante María Fernanda Cabal (qué miedo esa señora) mandando a Gabriel García Márquez al infierno, diciendo que el comunismo es una enfermedad y dando gracias a Dios (qué miedo ese Dios) por librar a Colombia del comunismo ateo; en Oscariván diciendo que no conoce al hácker, que sí lo conoce, que lo contrató, que no lo contrató, que fue a la oficina, que no fue, que él sí está en el vídeo, que no se acuerda qué dijo, que todo es un montaje (…); en Pacho diciendo que electrocuten a los estudiantes, que eso es legítimo; en José Obdulio Gaviria convocado a un “juicio ejemplar” el siete de agosto contra todos los que creemos en la paz; en fin, el largo etcétera del uribismo que hace parecer este país un cuento de terror inacabable.

Todo eso me asusta y tampoco quiero que nos sigamos matando por unas ideas. Ya es hora de pasar la página, ya es hora de dejar atrás toda esa violencia, todo el odio, todas las atrocidades. Me propongo, entonces, a interrumpir mis vacaciones una vez más para volver mañana a Bogotá a votar y no dejar que por pasividad los criminales uribistas revivan el reino de terror que por ocho años tanto alabaron. Por eso, contra el miedo y por la paz, me pongo la palomita de los santistas y voto este 15 de junio por Santos. Porque quiero morirme después de la paz.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Diálogo

En el horizonte el sol, en el corazón la sangre, en la cabeza la locura.

-¿Conque así se siente?
-¿Así se siente? ¿Qué?
- Ver cómo todo en un segundo se destruye y en tus manos está cambiarlo pero no quieres. Prefieres seguir viendo cómo todo en lo que creías deja de existir,  cómo cada luz se hace oscura, cómo cada realidad es mentira... Mentiras, ¿alguna vez las has contado?
-Cuento cada vez que no te engaño.
-Te mueres.
- No... aún.
- Eso crees. O quieres creer. Pero para mí, así tu cuerpo viva, estás muerta en vida.
-¿Solo porque no te quiero más?
-Solo PORQUE NUNCA LO HICISTE. El querer no se va, no se evapora, es claro como el agua, rápido como el viento, quema como el fuego y corta como la espada. Pasarse la vida amando es como pasar de ser un gusano a ser una mariposa: las mariposas solo viven un día, un segundo en nuestras vidas, pero para ellas puede ser una eternidad.
-La eternidad no existe. Y si existiera, no sería un día. Pero una mariposa hizo lo que tú nunca pudiste: volar.
-Hasta nunca, dice él.
-Hasta siempre, dice ella.

Diálogo de un diálogo que nunca nada oyó, ni comentó, ni escribió, ni relató.

Aparte de mí, que no soy nada.

martes, 18 de diciembre de 2012

Reggaetón, reciclaje y el ataque a la libertad


En general, una persona cumple las normas porque cree que existen para garantizar la convivencia pacífica de la sociedad en que vive. O por lo menos ese es el deber ser.
Lo que queda claro es que aun sabiendo que algunas reglas puedan afectarle a sí mismo, el individuo las acepta porque confía en que ello traerá beneficios colectivos. Es, por ejemplo, la situación del conductor que respeta la luz roja de los semáforos, pues es consciente de que, de no hacerlo, el caos vehicular haría imposible transitar. Y aún en el caso de no detenerse, cuando es descubierto por la autoridad competente, acepta la multa que debe pagar. Por supuesto, detenerse en un semáforo es admisible pues no supone una afectación grave y desproporcionada para el que lo hace. En ese sentido, es perfectamente aceptable que se restrinja la libertad individual de transitar cuándo y cómo se quiere, dado que se atiende a intereses superiores.
Ahora bien, el problema surge cuando las normas limitan las libertades fundamentales sin una verdadera necesidad. Es decir, cuando existen prohibiciones u obligaciones excesivas sin ningún sentido. Lo digo porque en los últimos días me sorprendieron las medidas represivas que tomaron el Gobierno cubano y la Alcaldía de Bogotá. Y aunque una no tiene nada que ver con la otra (por lo menos estrictamente), sí guardan relación en que ambas cohíben ampliamente las libertades individuales. Me refiero, por supuesto, a la prohibición del reggaetón en Cuba y a la obligación de separar las basuras desde casa en Bogotá.
Intentaré exponerlas brevemente. De un lado, en Cuba se prohibió el reggaetón por considerarlo vulgar. Básicamente, el gobierno de la isla sostiene que allí existe una inmensa riqueza musical autóctona que no puede echarse a perder por sonidos degradantes como el reggaetón. De otra parte, el Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, expidió un decreto que ordena que en todos los hogares de la ciudad se deben separar los desechos reciclables de los no reciclables con el fin de disminuir los índices de contaminación y, por esa vía, ser parte en la lucha por el cuidado del medio ambiente.
Pues bien, es necesario decir que aunque ambas medidas pueden parecer positivas por los fines que persiguen, es inaceptable que la libertad individual se vea coartada por ello. Es decir, evidentemente un mundo sin reggaetón sería mejor. Es más, cualquiera con mediana capacidad de raciocinio y un mínimo de cultura dirá que eso no es música y que no debería existir. Al mismo tiempo, alguien con conciencia me dará la razón en cuanto a que todos deberíamos reciclar y cuidar el planeta, pero ninguna de estas razones pueden convertirse en patentes de corso para que se pisotee el bien más preciado del hombre. Muy al contrario, la sociedad civilizada debe caracterizarse por poseer un Estado y un Derecho minimalistas, es decir, que procuren disminuir a su mínima expresión la intervención en las vidas de los individuos. Quiere esto decir que la colectividad no debe entrometerse o inmiscuirse en la autonomía de la voluntad privada bajo ninguna circunstancia, sino que debe maximizar el espacio de libertad y de decisiones personalísimas que cada quien puede tomar.
No estoy diciendo que me guste el reggaetón. Nunca. Cualquiera que me conozca sabe que lo detesto y que sueño con poder salir a la calle sin que se escuche un solo ruido que tenga que ver con él. Tampoco digo que contaminar esté bien. De hecho, me considero una persona con alta conciencia ambiental y en mi vida diaria intento disminuir al máximo la huella de desechos que producimos.  Pero sí defiendo un mundo libre, una sociedad en la que cada quien pueda oír la música que le da la gana y elegir si recicla o no. Un mundo, en resumidas cuentas, en el que cada uno pueda hacer con su vida lo que a bien tenga, sin tener que rendir cuentas a nadie.
Finalmente, creo que nunca había tenido tanto sentido aquella frase que Voltaire jamás pronunció, pero que la historia le atribuyó: “Detesto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

sábado, 15 de septiembre de 2012

¿En qué cree un ateo?


La semana pasada alguien me dijo que ser ateo era ridículo. Según esa persona, no creer en nada es un sinsentido porque los humanos, por naturaleza, necesitan el apoyo de alguien o algo, como los padres, y que dado que es imposible tener siempre a alguien, resulta entendible aceptar a una deidad o una fuerza superior que es omnipresente y que ama infinitamente a sus creaciones. En definitiva, que era aceptable creer en un dios. Además agregó que la divinidad -un modelo a seguir- es necesario para garantizar la convivencia en sociedad.
Intentaré desvirtuar esa idea. Antes que nada, debo decir que no estoy de acuerdo con que los humanos tengan naturaleza. Es decir, no me parece que un humano haga algo por naturaleza. Lo que en realidad existe es la condición humana, que depende de las variaciones propias de la vida en sociedad. Es decir, esa condición cambia con el tiempo, pues lo que hoy está bien puede estar mal mañana. Algo así como el relativismo.
Ahora bien, sobre la necesidad de creer en una divinidad, me parece que es una idea errónea. No me parece que los humanos siempre necesitemos ayuda. Cada quien decide si es capaz de vivir solo, sin el apoyo de nadie o si, por el contrario, prefiere tener siempre a alguien como sostén. Sobre el modelo a seguir, es aceptable que sea necesario. Pero que por fuerza deba ser un dios no puede ser correcto. Es decir, cada sociedad crea el modelo de hombre perfecto para su tiempo. Por ejemplo, en la antigüedad estaba bien ser un guerrero ordinario y tosco. Hoy, evidentemente, no. Adicionalmente, siempre me ha parecido que las ideas del Existencialismo de Sartre explican este punto. Para él, cuando una persona decide hacer algo, está eligiendo el modelo de hombre que considera el mejor. Cuando yo decido estudiar, tácitamente contribuyo a que el modelo de hombre intelectual sea el dominante.
De cualquier forma, considero que este tema es muy subjetivo. Depende de cada uno creer o no en amigos imaginarios y nada de lo que escriba aquí convencerá a nadie de lo contrario. Por ello procedo a otro tema que tal vez sea el más importante. Se trata de intentar identificar en qué cree un ateo. Igual que lo anterior, no hay una respuesta absoluta, así que me referiré a mi propia experiencia.
Yo, en realidad, nunca me había hecho esa pregunta. Luego de darle vueltas en la cabeza, llegué a la conclusión de que creo en mucha cosas. Por ejemplo, creo en la razón como medio para conocer y resolver los grandes misterios del universo. También creo que cada vida es sagrada y que todas las personas son dueñas de un potencial inmenso. Creo que la gente vale por lo que piensa y no por sus posesiones. Creo que todos pueden hacer lo que les dé la gana con sus vidas. Creo en la dignidad humana. Creo que toda forma de pensar debe ser protegida. Creo que la naturaleza merece respeto y que los humanos solamente le hemos hecho daño.
En síntesis, creo en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad como medios para crear un mundo más tolerante, más inclusivo y menos agresivo.

martes, 31 de julio de 2012

Anime y madurez


¿Cómo se mide la madurez de una persona? ¿Cómo saber cuándo alguien es maduro? ¿Cómo calificar si se es más o menos maduro que otro? Y tal vez más importante, ¿qué es madurez?
Me pregunto esto por algo que me pasó ayer. Me encanta el anime. Soy feliz cuando veo animaciones japonesas que recrean historias de ficción pero que dejan muchas más enseñanzas y están mejor construidas que, por ejemplo, la televisión colombiana. El caso es que ayer veía por centésima vez (la verdad ya perdí la cuenta) Evangelion: Death & Rebirth, que es una película creada para completar el final de Neon Genesis Evangelion, una serie de culto de la que cualquier conocedor de anime ha escuchado. Pues bien, mientras veía esta obra maestra de la animación japonesa, mi mamá me dijo “ya es hora de quemar la etapa de ver dibujos animados”.
Yo no reaccioné. Por lo menos no visiblemente. Quiero decir, seguí viendo Evangelion, pero no pude dejar de pensar lo que me había dicho. Porque, yendo un poco más al fondo, el mensaje que subyace en la frase es que la animación, los dibujos animados, están pensados para personas de cierta edad y que al superar esa edad, es hora de dejar de verlos, pues de no hacerlo, se haría cosas propias de niños, se sería inmaduro.
Tal vez esta es una cuestión sin importancia, pues no dejaré de ver anime por eso, sin embargo, sigo con la curiosidad de por qué las personas consideran que los dibujos son para niños.
En el caso particular de Evangelion, nadie puede decir que sea una historia para niños. Psicológicamente es bastante pesada. Los personajes no son nada virtuosos sino que, al contrario, no son buenas personas y ninguno debería ser un modelo a seguir. Pero me pregunto, ¿el hecho de que una historia para adultos sea narrada con dibujos la inhabilita? Mucho más lejos, que se le agreguen componentes ficticios como humanos creando dioses y ángeles bajando a la tierra a destruir a la humanidad, ¿convierten la historia en algo infantil?
Mientras discutía sobre el tema, alguien a quien considero inteligente (joder, jamás pensé que lo diría) me dijo que la madurez podría ser el nivel de conocimiento que una persona tenga. No obstante, no estoy de acuerdo con ese concepto. Me parece más acertado decir que, quizá, la madurez se refiera al nivel de conciencia que una persona tiene sobre su universo. Es decir, cuando alguien conoce su mundo, cuando lo ha aceptado como su lugar para ser y entiende qué está bien y qué está mal en él, ha alcanzado la madurez.
En ese sentido, no veo cómo el hecho de tener una gran imaginación y poder ver historias ficticias de “muñequitos” pueda afectar el nivel de madurez de una persona. Como refuerzo, sé que el cine animado inicialmente no nació para niños, sino para adultos. La relación de aquel con lo infantil se dio a raíz de la explosión comercial de Disney Pictures y las demás productoras que le siguieron.
Finalmente, esta es la cosa más gaseosa que he escrito en mi vida. No llegué a ninguna conclusión, no entendí qué es madurez y no encontré una forma de medirla. En síntesis, esta entrada es pura charlatanería sin sentido.
Lo único claro es que, después de todo, seguiré viendo anime.

martes, 24 de julio de 2012

Basura televisiva: Protagonistas de Nuestra Tele


Yo no veo televisión colombiana: simplemente la odio. Cansado de tanta basura, un día decidí ignorar las producciones de este país. Sin embargo, el pasado domingo, por cosas que no vienen al caso, vi un episodio del bodrio de moda de RCN, una burla contra el intelecto llamada Protagonistas de Nuestra Tele. Si no me equivoco, el programa trata de un grupo de personas comunes que quieren comenzar una vida actoral.
Ahora bien, con el único episodio que vi me di cuenta de lo falso que es el programa. No logro entender cómo hay personas que no se dan cuenta porque, siendo realistas, cualquiera con mediana capacidad de raciocinio es capaz de ver la verdad. Es tan obvio, que sólo hay dos opciones: o los colombianos son una manada de eunucos mentales que no ven algo tan evidente; o son tan cerrados, pero sobre todo masoquistas, que conociendo la realidad, ven ese remedo de concurso porque lo consideran divertido. No sé qué opción sea peor pero, sinceramente, ambas reflejan lo que somos.
Volviendo al tema de la falsedad del programa, es evidente que los participantes son actores. Es decir, el supuesto concurso que debería ser espontáneo, sin planes, en realidad es el cumplimiento de un libreto previamente establecido. En el capítulo que vi, una mujer con un problema en un ojo ataca a otro personaje. Como consecuencia de ello, la mujer es expulsada del programa. Y aquí va mi primera crítica. Aparece Andrea Serna, una de las pseudo-periodistas de este país para informarles sobre la expulsión. En ese momento, en una muestra de la falta de respeto de RCN hacia los televidentes, Serna se convierte en adalid  de la moral. Con un discurso que parece más falso que el talento de ella, se expresa sobre lo injusto de la violencia en la casa estudio y comenta que ese tipo de prácticas es inaceptable. Para terminar, dice que “Todo el país tiene los ojos en ustedes. ¡Ya basta!” (¿Lo dijo en serio?). El caso es que en ese momento los participantes reaccionan y dos de ellos empiezan a gritar como si estuvieran enloqueciendo, pero lo hacen de forma tan pésima, actúan tan mal, que ni siquiera debieron clasificar para estar en el programa.
Convencido de la falsedad de los participantes, intenté comprobarlo y decidí investigar. Finalmente, esta tarde pude entrevistar a alguien que afirma conocer a Angélica Jaramillo. Mi entrevistada me confirmó lo que pensaba: que los supuestos participantes son actores. En el caso concreto de Angélica, me dice que ella ya era algo famosa antes del programa, pues había trabajado como modelo y cantante. Y por si fuera poco, actuó en otro bodrio llamado “La reina del sur” (que también debe ser basura).
No sé si el problema radica en que los participantes ya hayan tenido contactos con el  mundo actoral. Tal vez lo más escandaloso es que, aun siendo actores, sean tan malos que incluso los de la extinta “Padres e hijos” parecen buenos. Pero es inaceptable que RCN tenga en tan poca consideración a su audiencia que ni siquiera se preocupa por fabricar mentiras creíbles. Aunque, pensándolo bien, este país de tiene la industria cultural que merece: una industria de ignorantes para ignorantes, de imbéciles para imbéciles y de parias para parias. Una industria que, en conclusión, sólo intenta mantener el statu quo de este país de borregos e idiotas útiles.
Y aunque entiendo esto último, me es incomprensible que la gente vea algo así. La verdad, una parte de mí murió ese domingo.

lunes, 25 de junio de 2012

Las falacias de la Corporación Taurina de Bogotá


Por estos días, los que defendemos la vida estamos celebrando. La razón: en solo este mes, en las dos ciudades más importantes del país, se le han dan dado fuertes golpes a las corridas de toros. Primero, el 14 de junio fue expedida por la Alcaldía Mayor de Bogotá y el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD) la resolución no. 280 (click para verla), por medio de la cual se dio por terminado el contrato de la Plaza de Toros La Santamaría, celebrado entre el Distrito y la Corporación Taurina de Bogotá (más adelante veremos este punto). Por otro lado, el 22 de junio el Alcalde de Medellín, Aníbal Gaviria, anunció que en su ciudad no se volverán a financiar con dineros públicos las corridas de toros. Ambos alcaldes cumplen, con esas actuaciones, lo que habían prometido en sus campañas.
En el caso de Bogotá, desde 1999 el Distrito había entregado a la Corporación Taurina de esa ciudad la Plaza La Santamaría para que desarrollara sus asqueantes actividades. En distintas oportunidades el contrato se había prorrogado y ahora estaría vigente hasta marzo de 2015. Sin embargo, con la resolución mencionada se terminó dicho contrato y adicionalmente se decidió que el Distrito no debe indemnizar de ninguna manera a la Corporación Taurina.
Para ello, el IDRD se basó en que la Corte Constitucional, en Sentencia C-666 de 2010 (interesante número), prohibió que la Administración Pública utilice sus recursos para financiar actividades que supongan tratos crueles hacia los animales y que, además, ordenó que las ya existentes deben disminuir el dolor de los mismos. Es de anotar que la Alcaldía propuso a la Corporación Taurina que morigeraran el dolor de los toros y evitaran la muerte de ellos, recibiendo una respuesta negativa. Por ello, legítimamente el Distrito dio por terminado el contrato.
Sin embargo, algunos protestan por esto. Como es sabido, aún existen parias que disfrutan con el sufrimiento de los animales. Columnistas como Antonio Caballero expresaron su descontento; los toreros enviaron cartas a la Alcaldía en las que criticaban la decisión; y finalmente, Felipe Negret, gerente de la Corporación Taurina, presentó una acción de tutela en contra del Distrito.
Los argumentos principales de Negret son:
  • Al prohibir las corridas de toros, el Distrito ataca una antigua costumbre colombiana, desconociendo el mandato constitucional de proteger la cultura.
  • Siendo los toreros una minoría que vive de las corridas, el Distrito viola su derecho al trabajo, pues acabará con su fuente de empleo.
  • Bogotá dejará de recibir 5.000 millones de pesos por concepto de las corridas, afectando la economía de la capital.

Analizaremos uno por uno.
Primero, sobre la protección de la cultura. Antes que nada, aclaro que indudablemente las corridas de toros son una práctica cultural. Asquerosa, sí, pero cultural en el sentido de que ha sido repetida históricamente por un grupo humano. No obstante, que sea cultural no implica que esté bien. Por ejemplo, la práctica de la ablación en algunas comunidades indígenas colombianas es una cuestión de cultura, pero todos quisiéramos que se acabara; la lapidación de mujeres en las sociedades musulmanas es producto de su religión, pero está mal. De modo que existen prácticas culturales inaceptables y que, por tanto, deben terminarse. Ahora bien, en este caso existen dos deberes del Estado que se enfrentan: por un lado, proteger la cultura; y por otro, proteger la fauna y la flora. Cuando ello pasa, la Corte Constitucional ha determinado que se deben cumplir ambos proporcionalmente, sin privilegiar uno sobre otro. Así las cosas, la actuación del Distrito es correcta, pues, dado que NUNCA ha prohibido las corridas, no ha desprotegido la cultura. Solamente cumple con la orden de la Corte de no usar recursos públicos para este tipo de prácticas, recursos que también incluyen bienes inmuebles, como la Plaza de Toros. Es importante señalar que las corridas siguen permitiéndose en Bogotá, sólo que deberán hacerlas con recursos privados. De modo tal que la Administración de Bogotá cumple con sus dos obligaciones: permite las prácticas culturales y protege a los animales. Es insostenible, pues, el primer argumento de Negret.
En segundo lugar, sostiene Negret que se les viola su derecho al trabajo. Hay que aceptar que es cierto que ellos viven de matar toros. Pero el Distrito no los deja sin empleo, pues no prohíbe las corridas. Es decir, podrán seguir desarrollando su trabajo, pero deberán hacerlo en un espacio distinto. En ese sentido, no se viola su derecho. Ahora bien, considero que es inaceptable sostener que ser “torero” sea una profesión. ¿Cómo puede considerarse trabajo el hecho de debilitar por días a un animal sin darle alimento, para luego someterlo a la tortura de ser atravesado por cuchillas (creo que les llaman banderillas), sufriendo un dolor tan atroz hasta que se le dé una estocada final o se ahogue en su propia sangre (lo que pase primero)? En esa lógica, todos los ladrones, sicarios, testaferros, traficantes de armas, y un etcétera largo, deberían iniciar acciones de tutela, pues el Estado viola su derecho al trabajo al calificar sus conductas como delitos. Se cae, entonces, el segundo argumento de Negret.
Finalmente, Negret aduce que el Distrito dejará de percibir un importante rubro, que estima en 5.000 millones. No conozco las cifras que demuestren que las corridas generen ese dinero a la administración, sin embargo, haré un acto de fe y supondré que Negret dice la verdad. Acepto entonces que Bogotá perderá ese dinero, pero al mismo tiempo me pregunto si es admisible lucrarse con este tipo de prácticas. Cualquier persona sensata me dará la razón en cuanto a que recibir beneficios por matar no está bien. Es más, quién haya visto Gladiator o conozca la historia del Coliseo romano sabrá a qué me refiero. De otro lado, hay prácticas que siendo muy efectivas económicamente, son simplemente inaceptables. Por ejemplo, nadie justificará el sicariato aunque sea muy bien pagado; o la prostitución, que es un negocio rentabilísimo pero nefasto. Se equivoca Negret, entonces, diciendo que por dinero se debe aceptar la tortura.
Por lo anterior, las pretensiones de Negret han recibido, en términos toreros, su estocada final. Sin embargo, aún no debemos cantar victoria. Si bien esto es un gran paso, las corridas seguirán. Debemos entonces seguir luchando por el respeto a la naturaleza y soñar con que, finalmente, los toros y demás animales que han sido asesinados por este tipo de crápulas puedan reencontrarse en un mundo menos violento y más incluyente.